Sin mi cámara fotográfica


Marcelo Beltrand Opazo


Fue el azar le dije, sabiendo que no era cierto, fue el azar repetí, tratando de convencerme yo mismo de lo que decía. Pero no, me quedó mirando como se mira una gota caer lentamente por el muro, sin saber bien, cuanto demorará en terminar su viaje. Me miró como se mira a una mosca volar sin rumbo, así, errática, caótica, sin entender finalmente cual es su destino, pero convencida que no es el azar. Traté de volver con mi argumento, pero su mirada me lo dijo todo. Cállate, pero en silencio, sólo con sus ojos, así intensos, firmes sin ninguna vacilación. Cállate dijo luego, esta vez con todas sus letras. Su voz segura me hizo retroceder.
Se veía más hermosa que de costumbre, los claros oscuros de la noche hacían brillar su cuerpo desnudo, contorneando sus bordes costeros, realzando sus hendiduras. Su bello púbico enmarañado e hirsuto, desde donde yo estaba, era un matorral, un oasis. Y no podía dejar de encontrar más bien absurda la situación. Ella, callada y parada junto a la ventana me miraba con sus ojos negros, a contraluz, sus pechos daban la perfección a la escena. En ese momento pensé en dedicarme a la fotografía y retratarla, así, tal cual estaba en ese momento, quise decirle que no se moviera que le sacaría una foto en blanco y negro, porque los grises eran perfectos, porque ella era perfecta, pero no dije nada. No dije ni una palabra, porque no sabía que decir, porque no era fotógrafo.
Sin moverse, fuma, mientras la pequeña braza de su cigarro ilumina su rostro, también perfecto. Y al verla así, me convenzo que el azar no tiene nada que ver en la vida, esa perfección no puede ser fruto de lo inexplicable. Fuma y no me mira y su perfil al igual que sus pechos, es una fotografía perfecta y, vuelvo a pensar en convertirme en fotógrafo y recordé aquella vez, cuando iba a adquirir una máquina fotográfica, recordé que tampoco fue el azar el que me impidió que la comprara y ahora sería fotógrafo, podría decirle que no se moviera porque la voy a fotografiar, la voy a eternizar, porque los grises son perfectos. No te muevas musité, y con mis manos la encuadré, en un marco posible, en una escena posible. La enmarqué tratando de imaginar que soy fotógrafo y que mi cámara está lista y dispuesta para este momento, en un trípode, apuntando a la ventana, que a su vez encuadra a la mujer desnuda. Y fue como verme yendo a comprar la cámara una tarde, hace veinte años y, dejar una parte del dinero por ella y soñar e imaginar esta misma escena, que algún día viviría y que necesitaría la cámara.
Fuma, así sin mirarme y la nube de humo dibuja figuras surrealistas, se condensan y se disuelven en el aire espeso de la noche. Y no me dice nada, solo fuma, todo su cuerpo fuma en un acto de entrega absoluta. Sus piernas esculpidas, sus caderas sinuosas y su brazo, el brazo que sostiene el cigarrillo en una postura perfecta, en un ángulo que sólo ella puede lograr. Como hacer para detener el tiempo, en este instante y quedarme en el, mirarlo como en un cuadro, sostenerlo con la mirada, con el pulso y la respiración en un mismo acto, pensé. Eres perfecta dije, pero en silencio, sin palabras. Eres perfecta, dije, pero ahora con todas sus letras. Y casi imperceptible, volteó su rostro y me miró, como descubriéndome por primera vez, como diciendo desde cuando estás ahí, como incorporándome al momento, a su momento. Lo sé, contestó, rotunda, sin vacilación.
Ella no es azar.
Está bien no es el azar debe ser la vida o no se el destino entonces, dije con voz queda, intentando hacer el menor ruido posible. Ella, apagó el cigarrillo en el cenicero del velador y aún a oscuras y desnuda se acostó en la cama, cerro los ojos o yo creía eso y entre abrió sus piernas, sin decir una palabra, sin dar una respuesta a mis dichos, me miró aun con los ojos cerrados, susurrando algo ilegible, tan tenue, casi un suspiro y dejando que su mano comenzara lentamente a recorrerla, a seguir el perfil de su cara, sus labios. Mientras el silencio de la noche dejaba escuchar su respiración y sus pequeños gemidos, sostuve mi propia respiración y la observé, sólo eso, porque ya estaba convencido que ella no era azar, era todo menos un azar en mi vida y yo, no era fotógrafo para retratarla en este instante perfecto. Continuó recorriendo su cuerpo. Sus dedos bajaron lentamente por su cuello, en un arriba y abajo. De pronto, comenzó a estremecerse, suave, sus caderas iniciaron un pequeño movimiento ondulatorio y su respiración se hizo más intensa.
Sus finos dedos siguieron bajando.
Desde la ventana, el brillo de la luna, que también perfecta alumbraba por completo su cuerpo de plata y mármol.
Y llegó, llegó a sus pechos, que relucientes estaban ahí desde siempre. Recorrió esos montes, desde la falda a la cumbre, desde la cubre hasta más abajo, hasta llegar a su vientre y volvió y llegó a la cumbre de sus pechos otra vez, logrando desprender un hilo de voz, un sonido indescifrable de sus labios grises. Más abajo, sus piernas arqueaban su cuerpo y su cintura en un vaivén continuo imponían un ritmo sensual. Abrió más sus piernas, haciendo brillar su sexo, ofreciéndolo a los dioses a la luna y, lentamente su mano le arrancó quejidos sofocados por el peso de la noche.
Su respiración se ahoga.
Y estoy aquí, pienso, en esta noche y en este instante cargado de claros oscuros, de grises y gemidos, sin mi cámara fotográfica frente a una mujer desnuda, que me mira con los ojos cerrados.
Ella, continúa. Se recorre y hurgue, se investiga y descubre, desliza sus dedos por su cuerpo. Y con su boca en rictus, me mira con los ojos cerrados o eso creo y no dice nada.
Sentado aún en la misma silla, frente a la cama y de espaldas a la ventana estoy paralizado, no me muevo y solo la observo. Con esfuerzo me paro y, descubro que mis piernas están agarrotadas. Camino tratando de hacer el menor ruido posible y me detengo a los pies de la cama. Desde allí la miro, ya no como un observador pasivo, ya no como un simple voyerista.
Respiro agitado.
Y nuevamente con mis manos la enmarco en un cuadro posible. Estiro los brazos y entre mis dedos a la distancia, su cuerpo brilla por la luna y los grises y la noche y su sexo se desprenden en un todo. El aire espeso se corta. La recorro y, encuadro cada centímetro de su cuerpo, cada pulgada. Comenzando por sus piernas, arqueadas y firmes. Luego su vientre, que se agita cada vez que respira. Sigo con sus pechos, los hombros, su cuello, su pelo. La recorro por completo. Y me detengo. Me detengo en sus labios y su boca, que ansiosa busca unos labios y una boca en la oscuridad, mientras sus dedos continúan su recorrido por su sexo y yo encuadro su cuerpo con mi cámara fotográfica imaginaria.
Apunto y disparo.
Apunto y saco la mejor fotografía, el mejor desnudo de esa noche.