El Punto G

Marcelo Beltrand Opazo


Llegué a ésta situación porque lo intenté, tiene que saberlo, lo intenté con todos los que estuve. Yo sabía, siempre supe que era posible, y se los decía, es posible, sigamos intentándolo, vamos ven y hagámoslo. Pero parece que lo que empezó como algo placentero, se fue convirtiendo, poco a poco, en una obsesión, en mi obsesión. El sexo fue para mí, una droga. No me mire con esa cara.
Todo comenzó el día en que leí un reportaje en una revista, tenía 15 años, y por supuesto, era virgen. Leí ese artículo con avidez. Cada palabra, cada frase, las convertí en una luz para mi vida. La información que allí había era la solución a todos los problemas de las mujeres modernas: La liberación de la mujer pasa por el sexo... Así empezó todo. Más adelante: La Dra. Whishpple dice que las mujeres tienen dificultad en localizar y estimular el punto G por sí mismas... no sé que me paso, pero después de eso, busqué más información, leí todo lo que encontré: Anatomía, el Kamasutra, pornografía, todo servía. Empecé una exhaustiva investigación con mi cuerpo y fue todo un descubrimiento, pues, encontré partes que no sabía que podían sentir. La investigación duró mucho y la mantuve en secreto, fue mi secreto. Me convertí en una experta en masturbación, la ducha caliente, mis dedos, objetos eróticos, todos, todos los utilicé. Fui mi mejor compañera. Pero la imaginación es fructífera, y más aún, cuando una está sola, cuando las hormonas han sido estimuladas hasta la saciedad, los dieciocho años son una constante necesidad sexual.
Es así como llegaron los primeros pololos, los primeros besos, las primeras caricias. Y todo lo que había estudiado, todo lo que había aprendido en esos últimos años, ahora, tenía que llevarlo a la práctica, era el momento. Pero no fue fácil, porque hay mucho prejuicios, los hombre se paralizan cuando una sabe más que ellos en ese tema, se cohíben, y a los dieciocho imagínese. Así, mis primeras experiencias fueron más bien frustrantes. Los machos arrancaron de mi. Y no fueron pocos los pololos con los que estuve, pero por favor, no saque conclusiones apresuradas, promiscua no fui. Mi exploración me llevó a buscar a hombres más maduros, y fue ahí donde hallé algo de consuelo, pero al parecer, mis conocimientos aventajaban demasiado a mis parejas. Cuando les decía que hacer, y los guiaba por mi cuerpo, ellos perdían la erección, es decir, no servían para nada. Fue realmente frustrante. Por supuesto que hubo excepciones, pero fueron las menos.
Bueno, después de mucho esperar por un hombre que me entendiera y que se preocupara por mi obsesión, finalmente, di con él. Todo empezó el día que nos embriagamos en una de las fiestas de mi oficina, fue tan rápido todo, que no me di cuenta y terminé en un Motel, claro que en ese estado es bien poco lo que una puede experimentar. Después de eso, iniciamos una relación, yo diría que era una relación con metas y objetivos claros, usted ya sabrá cual era mi objetivo, encontrar el mítico “punto G”, y llegar al máximo del placer existente. El objetivo de él, ser el mejor amante de todos los tiempos, convertirse en el súper macho, por supuesto que eso no podía ser, pero quién era yo para evitar tal estupidez. Así, me tomé las vacaciones que tenía pendientes y él renunció al trabajo, y ese mismo día nos encerramos en mi departamento, dispuestos a cumplir con nuestros objetivos.
Fueron tres semanas inolvidables. Nos iniciamos en las prácticas amatorias con preocupación y dedicación, es decir, en forma profesional. Poco a poco, aquellos lugares comunes, se volvieron absolutamente desconocidos, el placer se volvió un objeto sublime. Dejó que lo guiara, y yo, me entregué por completo. Sin límites, sin prejuicios. Descubrimos por ejemplo, que los lóbulos de mis orejas, al frotarlos por largo rato, me convierten en un volcán a punto de explotar. También descubrimos que las palmas de las manos, ocultaban los placeres más intensos que hallamos conocido. Hasta mi pelo en los hombros me producía placer, mi piel estaba sensible. Sus manos se convirtieron en un elixir, fueron la solución a mi excitación, a toda hora, sobre todo cuando él dormía. Así, nos mantuvimos unidos carnalmente hablando, por horas, por días. El placer absoluto, al máximo, llegando al paroxismo. Comíamos poco, sólo teníamos sexo. A veces mientras dormía, él me hacía el amor, era increíble, o mientras él dormía yo me frotaba contra su cuerpo y terminaba inundada de placer, o con sus manos, sus dedos. Nos descubrimos en un mundo nuevo. Donde los sabores, los aromas que expelían nuestros cuerpos se convertían en un iniciador, eran la mecha que provocaba la gran explosión de placer y excitación.
Los días pasaban y no parábamos, de la misma forma, mi objetivo parecía que se alejaba más y más. Después de dos semanas de darnos placer, la monotonía se acercaba poco a poco, las mismas posturas, los mismos gemidos, las mismas palabras. Todo empezaba a derrumbarse, la novedad se había ido. Uno de esos días, creo que un jueves por la tarde, después de acabar una larga jornada de piruetas gimnásticas, Cristóbal, me dice que el cría que el mentado “punto G” lo había encontrado hacía rato, y que estaba claro que él se había convertido en el mejor amante que yo había tenido. Lo miré seria, y desde el fondo de mi ser, las lágrimas explotaron contenidas desde hace mucho tiempo, desde el mismo día que leí el maldito artículo sobre el “punto G”. Lloré todo los hombres con los que estuve; lloré todos los orgasmos que creí serían gracias al “punto G”. En fin, lloré toda mi frustración, el mundo se me vino abajo. La desdicha, la pena y el sin sentido llegaron para quedarse en mí.
Después de ese incidente, que lo atribuimos al cansancio, nada volvió a ser lo que fue en un inicio. Ya nada sería lo mismo, finalmente me di cuenta que perseguía una quimera, la utopía más absurda, pero a la vez, el sueño individualista del momento, el placer absoluto, el mejor placebo de la modernidad. Caí en la depresión más profunda que se pueda imaginar.
Dos días después, estaba sala en mi departamento, tratando de armar mi mundo, tratando de entender esta obsesión tan estúpida. Después de despachado a Cristóbal traté de volver a mis rutinas. Partí alimentándome, llamé a mi madre, a un par de amigas, rehice mi vida, limpié el dormitorio, aclaré mis ideas. Pero estaba más delgada, ojerosa, y a pesar de que los últimos días habían sido de placer, estaba triste, no tenía fuerzas. Al parecer, mi búsqueda incesante, no tenía que ver con el punto G, ni con el sexo. Mis sueños, más bien, estaban relacionados con otras cosas, pero no sabía qué cosa era!
Después de mucho café y cigarros, decidí buscar ayuda. Una amiga me sugirió una terapia y me dio su teléfono, y aquí estoy. Ahora dígame, ¿que puedo hacer?

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