Caperucita se fue de la casa

Marcelo Beltrand Opazo


Esa mañana, cuando la madre le pidió a la niña, ya mujer, que fuera a ver a su abuelita, la niña tenía todo planeado, toda una estrategia para abandonar la casa.

- Caperucita —le dijo la mamá a la niña—, quiero que vayas a ver a tu abuelita. Lleva esta canasta con la torta, un tarro de miel y un poco de mantequilla.

- Si mamá, llevaré todo con cuidado —contestó la niña-mujer, por enésima vez.

- ¡Ah! y no te detengas por el camino por que tienes que prepararle leche caliente a tu abuelita y no quiero que regreses tarde a casa.

Caperucita se deja llevar por la rutina de la historia, mientras la madre le pone la capa con la caperuza, y con un leve rictus en sus labios intenta verse lo más alegre posible. Una vez fuera de la casa, se acercó a la ventana que daba a la calle y se aseguró que la carta estuviera sobre la mesa, la carta que le explicaba las razones de su partida. Tragó saliva y se alejó.
A una cuantas millas de distancia, la esperaba nervioso el Lobo, ya viejo y sin dientes, la divisó a lo lejos, era una mancha roja entre el verdor del bosque. La miró pensativo, no lograba entender las razones de la Caperucita para dejar su casa y con ella también el cuento. Las instrucciones habían sido claras, una mochila con un abrigo que no fuera rojo, una blusa y un jeans. Cuando la niña-mujer llegó a su lado, el Lobo tenía lágrimas en sus ojo, no quiso decir nada, sólo le extendió la mochila y observó como se desprendía de sus ropas. Impetuosa, Caperucita se despojó de todo lo que fuera rojo, tiró de la caperuza, dejando libre su larga cabellera rubia, se subió la falda y se colocó los jeans gastados. La única prenda roja que dejó eran unas diminutas bragas, serían el símbolo del cambio en su cuerpo y en su vida. Después, miró fijamente al Lobo y dijo:

- Por favor no llores, ya te explique las razones de mi partida, estaré bien...

El Lobo la miró con tristeza sin entender del todo, agachó la cabeza y no dijo nada, se guardó todo el discurso preparado durante la noche anterior, la besó en la frente, y la despidió. La vio alejarse lentamente entre matorrales y árboles.
Mientras tanto, en la casa, su mamá ordenaba todo, limpiaba y preparaba los utensilios de cocina; después se dirigió a los dormitorios, hizo las camas y sacudió. Cuando se acercó a la mesa del comedor para retirar las tazas del desayuno, se percató del sobre rojo que había dejado Caperucita. Lo tomó con curiosidad y lo abrió. Leyó en silencio, concentrada. A medida que avanzaba en la lectura, lentamente su cara se fue transformando, adquiriendo distintas tonalidades, pasando del rojo al morado más intenso, se desfiguró totalmente, arrugó la carta con violencia y gritó desesperada:

- ¡¡ CAPERUCITA SE FUE DE LA CASAAAAA!!

Sin saber que hacer, recorrió la casa chocando con los muebles, descontrolada, tomó el teléfono y avisó a la abuela, ésta tenía el teléfono ocupado. Después, marcó el celular del cazador, pero habló tan rápido que el otro no entendió nada, cortó. Nuevamente marcó el número de la abuela, ocupado. Que hacer se preguntaba, el Lobo pensó. Marcó el celular, pero éste, adelantándose a los hechos, lo tenía apagado. Desconsolada y con los ojos en mar, salió a la calle sin rumbo pero cuando abrió la puerta una hermosa mañana la recibió, se paralizó. Y con suspiros entrecortados, miró la lejanía de las colinas. Entonces, de golpe entendió, que el fin del cuento, había llegado.

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