El Beso

Marcelo Beltrand Opazo



Era la primera vez que la besaba, nunca antes había besado ni siquiera sus mejillas. Con una de sus manos tomada a la de ella, firme, seguras los dos, comenzó lentamente, como en las películas, en cámara lenta. Rozó sus labios con los de ella, así como no queriéndolos. Se mojó sus propios labios y acercó su cara y cerró sus ojos y dejó que sus sentidos registraran el momento. El beso primero fue de algodón. Suave y blando. Se lo imaginó blanco en unos labios rojos. Después, los sintió fuertes y firmes, no duros. Se aferró a sus labios y su lengua encontró la lengua de ella. Eran como dos serpientes abrazándose. Primero se tocaron y se degustaron conociéndose, luego se envolvieron intentando registrar cada rincón de sus cuerpos carnosos. A medida que el beso se prolongaba, se humedecían sus bocas y un torrente acuoso y cálido los invadió. No era malo, sabía bien. Era una especie de menta y frutas, le gustó. Aún con los ojos cerrados se preguntó si ella también tendría los ojos cerrados, por que siempre le dijeron que un beso sincero se daba sin mirarse. Abrió rápido sus ojos, y descubrió con alegría, que ella también tenía la vista escondida, entonces, con la misma rapidez los volvió a cerrar, ahora más tranquilo. La abrazó con fuerza, procurando sentir su geografía. El cuello le molestaba un poco, no estaba cómodo, así es que giró lentamente, suave, como para no despertar del ensueño del beso, acomodando su boca en la de ella, así, quieta. Ella mientras tanto, tenía enredados sus dedos en su cabello, ternura pensó. Sus bocas se movían tratando de encontrar un ritmo, una música en común. Como sabía que tenía una pared tras de si, se dejó caer con seguridad, buscado acomodo para poder perpetuar el momento. Lentamente el ritmo fue descubierto y la música interpretada, se dejó llevar, se dejó ir. Como ráfagas, las imágenes se sucedían en su mente, otros labios, otros besos, otras mujeres, en otros tiempos. Todo estaba registrado en su memoria, como en archivos. Pero nada de estos labios le era familiar, sabían distinto, sonaban distinto. Así, se dejó estar, se dejó llevar por ese beso en esa boca de aquella mujer, la nunca antes besada.

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