Caperucita se fue de la casa (II)

Marcelo Beltrand Opazo


Tragó saliva y miró el bosque por última vez, la decisión estaba tomada. Avanzó con paso firme bordeando los márgenes, pisando sin huella entre matorrales. Atrás quedaba su mamá y su abuela, el bosque y toda la historia mil veces contada. Atrás quedaba la capa y sus zapatos. Decidida, levantó el largo cuello del abrigo para cubrirse del frío matinal y recordó la primera vez que entró al bosque, recordó la primera vez que se contó la historia. Volvió a revivir la emoción de los primeros años, los grandes ojos de los niños espantados con el lobo. Recordó con profundo pesar. Pero no estaba arrepentida de haber decidido independizarse, porque ella sabía que la mujer se había emancipado hacia mucho, que ya votaba, que iba a la universidad, que ocupaba altos cargos, que incluso gobernaba naciones. Sabía que estaba bien lo que hacía, pero no podía evitar detener las lágrimas. Así, con callado sollozo se alejaba del cuento y se acercaba a un mundo nuevo. Cuando llegó a lo alto de la colina se detuvo y miró atrás y pensó en Marilyn Monroe, en Isidora Dunkan, en Juana de Arco, pensó en todas las mujeres de la historia y se soñó al lado de ellas. Sería una más de las que cambian la historia de los hombres se dijo. Entonces, volvió a tragar saliva y emprendió el viaje a lo desconocido, decidida a dejar de ser, la Caperucita Roja.

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