Confesiones de un suicidio

Por Marcelo Beltrand Opazo

Ayer me suicidé. Fue un golpe a la cátedra, directo, artero. Y no es que la vida me decepcionara, no, sólo fue un acto de agravio, de quiebre en mi rutina. Fue como enfrentarme a mis miedos, a mis fantasmas. Recuerdo que estaba leyendo no sé que libro, cuando la vida, mi vida, se aclaraba, mejor dicho, todas mis dudas quedaban resueltas, como si el horizonte se acercará y se pudiera tocar con la mano. Me paré y tomé el revólver 44 que tenía escondido. Pesado y frío, el arma estaba como esperándome. Se posó en mi mano, y con fuerza la sostuve apuntándome, justo en mi corazón. Después pensé que mejor sería disparar al rostro, ya que no quería verme muerto. Así, apunté decidido a mi boca y con fuerza, disparé. Todo se trizó, el mundo quedó esparcido en mil pedazos sobre el piso de mi casa. Ya todo había terminado, ahora, sólo quedaba limpiar, los pequeños vidrios, del espejo asesinado.

No hay comentarios: